
para Robert Pattinson, caminar por el vestíbulo de un hotel no es algo simple. Va rodeado por todas partes de un cortejo de publicistas y funcionarios cuyo trabajo es mantener a raya a sus apasionadas fans.
No obstante, siempre hay alguna chica que, pese a todas las posibilidades, logra cruzar el cordón de seguridad.
Hoy, en un hotel de Los Ángeles, fue una valiente rubia de doce años la que se llevó la mano al corazón al ver el característico peinado profesional de Pattinson y se paró en seco, como el proverbial venado deslumbrado por las luces de un auto.
"Es él," dijo en un jadeo. "Oh, Dios mío." Los publicistas querían seguir avanzando pero Pattinson se detuvo, obligando a todos los demás a detenerse también. Pasando por alto las exclamaciones sobre la cita para la cual ya iba retrasado, se volvió hacia a la muchacha. Le dedicó una sonrisa totalmente eléctrica y una inclinación de cabeza y después siguió su camino. "Ya me puedo morir hoy mismo," exclamó la chica. ''¡Edward Cullen me sonrió!''
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